martes, 31 de agosto de 2010

Cada papel, cada pluma escapan, las teclas del piano se resisten, la luz se apaga, el silencio se esconde y tú sigues aquí, las ideas se corrompen y sueltan lágrimas de rebeldía, los gemidos se vuelven marionetas cuando tu nombre se aleja de la madrugada, de los días y del alba; y no podemos despedazar al infierno por seguir en el caramelo de la ansiedad sobre nuestros cuerpos que se quedan sin alma.

Volvimos a la luna, quemamos cada estrella y quedamos en nada y volvimos en todo, y si somos y si no llegamos, y quedamos en solitarios espejos que nos llevan a la espesa niebla que se devanea. Sin corazones rotos, sin momentos parados en el tiempo, sin tiempo y con el tiempo sobre nosotros, sobre tu cuerpo listo en cada vuelo, vuelo hacia ningun lado, coexistiendo tu razón y mi equilibrio, y al mismo tiempo desequilibrando mis artificios, usando la máscara que me llevó a tus ganas, cuando maquillamos las dudas y creímos ladina la conciencia, inventando oraciones sin esperanza.

Despierto me levantas, dormido te acurruco, y se van las noches y se queda el día y te apagas y te vuelves niebla y me quedo en esa nube de sal, esa sal que alimenta las lágrimas cada vez más saladas, y en tu espejo miro sólo la sombra que me sonríe pero le faltas tú, se queda atrás cuando el sol le da de frente. Y el silencio se esconde y las notas no vibran en aquél teclado del piano que se resiste a mirarme, y en el papel la pluma se escapa y la luna se apaga cuando al final, en esa historia en mi camino, aún sigues aquí.